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I

Camino con Miguel en brazos. Apenas tiene dos años y ya la vida inicia su dureza con él.

En la calle central observo a las personas pasar, mientras nosotros pasamos desapercibidos, ignorados, como es lo normal en esta gran ciudad, llena de “abejas laboriosas”, militares de oficinas.

Los adictos a la cafeína mañanera afilados, esperando por ordenar su bebida aromada, encontrándose justo al lado del estante de los periódicos del “Kiosko” atendido por el viejo concentrado en su caja registradora. Y luego todos los demás que caminan en dirección opuesta a nosotros: jóvenes, adultos, estudiantes, ejecutivos, vagabundos… todos en su rutina y nosotros confundido entre ellos, en esta jungla.

Había manejado toda la madrugada, las últimas treinta seis horas habían sido eternas y el sueño seguía ausente. Dejé el auto a unas cuadras atrás. Mis labios todavía sangraban un poco y solo mi ojo derecho podía ver con claridad. El “cojeo” al caminar dejaba al descubierto el dolor en mi rodilla, y el llevar cargado aquel que empezaba  a despertar, no ayudaba.

-    “Eres tan valiente enano. Que bien te portas” – Musito en su oído y le beso.

Le limpio el poco residuo rojo que mi cariño le dejaba impreso en su pequeña frente. Note que mis labios eran la causa y así les limpie por igual.

Mi mente ya empieza a enfocarse y así llegan los recuerdos. El tormento humedece la vista del ojo que pestañea libremente y causa cierto ardor en el otro el cual su hinchazón ha empezado a mejorar.

Miro al pequeño una vez más y le pregunto a mi confidente:

-    “qué pasara ahora?”


II

Una tarde calurosa en este complejo turístico de la buena vida. Todos bailan alrededor de la piscina con el merengue que sonaba tocado por la banda del “resort”.

La alberca era enorme, con dos puentes para cruzarle. Dos isletas, una a pocos pasos del bar de la piscina que se encontraba cerca de uno de los puentes y la otra en el extremo sur; ambas decoradas con un pequeño jardín de una pequeña palma y pequeñas flores típicas de la zona que la rodeaban. Todo un paraíso.

La villa en que nos hospedábamos se encontraba en el extremo sur. El balcón daba a la piscina y quedaba a solo pasos de la misma. La familia de Pepe era accionista mayoritario del lugar y esta una de sus propiedades.

Cerca del bar Tomás tomaba su quinto trago de “ron y soda”. Lucia perdía su mirada en dirección opuesta a la banda.

-    “mírame cuando te hablo” – mordía las palabras y le agarraba al brazo con brusquedad.

-    “Tomás! Que me haces daño. Qué te pasa?”

-    “Déjate de cuentos. Sabes muy bien. Dime de una vez!”

Ella miraba a lo lejos. Le seguía agarrando del brazo y el dolor la abordaba con la impotencia. La pareja que se encontraba al lado de ellos habían parado de jugar con el agua al notar la discusión e iniciaron su traslado al otro lado del barcito acuático.

-    “Sabes que te quiero” – la angustia en su voz se hacía obvia.

-    “Eso no fue lo que te pregunte” – Le clavó la mirada mientras sus palabras tenían un tono amenazante.

-    “Pasa algo aquí?” – El mesero intervino robando la atención de Tomás, lo cual aligero la presión del brazo de la dama.

Los dedos marcados adornaban el área que pronto empezaría amoratarse. Inicio su argumento con el mesero y Lucia aprovechaba su distracción para escaparse y dirigirse a la villa.



Yo había llegado de la playa. Eran cerca de las dos de la tarde.

Los muchachos se encontraban en la sala viendo las noticias. Julio me observaba de reojo; hacía ya días que sentía el ambiente tenso entre nosotros dos, más de lo normal. Entre a la cocina a tomar un vaso de agua.

-    “Hola Julio, te sucede algo o te atrae mi trasero?” – escupí lo cínico. Tenía tiempo conteniéndolo. 

Una sonrisa sardónica adornaba su rostro mientras cambiaba su enfoque hacia la televisión. Yo le seguí la corriente y me dio por ignorarle una vez más.

El pequeño Miguel se encontraba dormido en el cuarto. Me dirigía a verle cuando el hombre “arrubiado” de alta estatura finalmente “ladraba”:

-    “a dónde vas?”

-    “A ver a Miguel. Por?

-    “Está dormido. Déjalo” – Julio continuaba. Su voz escupía enojo y yo sin poder entenderlo.

-    “Iré de todas maneras, si no te importa. Y si te importa me tiene sin cuidado, me entiendes?” –

Respondí desde el descanso de la escalera. Esta vez era yo que le clavaba la mirada.

Julio respondió con el silencio mientras cambiaba de canal. El reloj marcaba las dos y cinco. El aire prendido no podía calmar el calor que sentía, podría ser porque había estado afuera en el “Resort” o simplemente porque el mal humor que me había contagiado Julio no me permitía dejar de transpirar. Miré a Pepe el cual hasta el momento se había mantenido recostado en el sillón y solo se limitó a responderme con una encogida de hombros. Su cara de sinvergüenza me causo gracia y aligero la tensión en mi rostro.

El niño dormía, tal y como indicaba el “perro faldero” de Tomás, el que de la misma manera tenia meses tratándome distante y en estas vacaciones apenas me había dirigido la palabra para darme los buenos días, lo cual había sido ayer cuando nos encontramos en el “lobby” para el “check-in”.
Bajé nuevamente y me dirigía al medio baño del primer piso a refrescarme la cara cuando sentí a lucia entrar bruscamente tratando de esconder las lágrimas.  

-    “Qué te pasa?” – Pregunte interrumpiendo su camino mientras ella se recostaba en mi pecho.